Que las mujeres no puedan conducir

Renfe AVE #hazmuteHace unos días contemplaba con asombro cómo algunos de mis contactos en redes sociales compartían, incluso mostraban cierta sensación de alivio después de años de sufrimiento, una noticia que retrataba un nuevo trayecto/tren/vagón AVE, lo llaman el «AVE silencioso», innovador donde los haya, único y solitario adalid del orgullo patrio, que protegía el derecho a la tranquilidad de los viajeros vedando el uso de móviles, y prohibiendo la entrada de niños menores de 14 años.

Permíteme un pequeño inciso. No es que este blog haya abandonado la temática empresarial, de hecho RENFE (@Renfe) es una empresa —entidad pública empresarial según su propia web. Encima pública—. Y el que piense que un autónomo o pequeño empresario puede separar su vida de su negocio está muuuy equivocado. Si así lo crees, búscate un trabajo por cuenta ajena. Una vez que el negocio ferroviario se ha metido en mi vida ha llegado el momento de hablar, también, de la vida misma, y del susodicho negocio ferroviario.

Mi vecina, una visionaria

Recuerdo no hace muchos años una actitud «humana» similar, que, sin embargo, me pareció aborrecible. Nora, una de mis hijas —que no podrá viajar en ese tren/vagón—, nació con un alto grado de rebeldía nocturna. No le gustaba dormir y en cuanto su suave y blanca piel rozaba la sábana de su cuna daba en llorar con una anormal carga de decibelios cuya molesta audición se agravaba todavía más, si cabe, por las altas horas a las que se producía. Cierta noche, de madrugada, en lo que fue la última conversación que mantuve con mi vecina, esta se levantó de la cama armada de rulos y puntilloso camisón, llamó repetidas veces a mi puerta y me dijo lisa y llanamente que hiciera algo con mi hija, que estaba molestando al vecindario, «si está mala es problema vuestro, no mío» —me espetó antes de darse media vuelta y volver a la cama.

Cierto es que eran las tres de la madrugada, cierto es que Nora sufría aquella semana un infección de oído que no la dejaba descansar, y cierto es que, a pesar de no haberme dado cuenta hasta aquel momento, nuestra sociedad estaba mudando de piel. Un niño, como el que tú fuiste, como mi hija Nora, mi hija Zoe y mi hija Mila; ríe y llora, grita y corre. Viaja en coche, en tren y se aloja en hoteles con sus padres. C’est la vie.

Puedo entender la prohibición de utilizar el móvil una vez comprobada la escasa, incluso nula, educación cívica de alguno de nuestros congéneres. Aunque, para disgusto de los aliviados, siento decir que nunca contuvieron el mal olor las puertas en el campo. Y malas soluciones son las prohibiciones para aquellos que no entienden de las vicisitudes de una vida en comunidad. Así pues, no te alegres, si no es un ring, será un rong.

Pero hablando de vida en comunidad, no logro entender que semejante atropello humano haya pasado de puntillas por los noticieros nacionales. Pocas veces se usurparon eficazmente grandes derechos a punta de pistola, ni de un día para otro. Las fuerzas del mal más peligrosas trabajan en silencio, no avisan ni alardean de poder. Nunca verás en un telediario a un individuo proclamando, «¡eh, te voy a usurpar un derecho fundamental». No. Eso no ocurre así, lo harán acompañando el hurto de un discreto y adecuado velo o de otro burdo y vasto atropello comúnmente conocido por globo sonda, o señuelo —en este caso un móvil y tu tranquilidad.

¿Qué opinión te merece que yo diga que me gustaría que solo pudieran conducir vehículos a motor los hombres? ¿O que me gustaría que existieran restaurantes en los que se prohibiera la entrada a mujeres? ¿O que prohibieran la minifalda? Quizá me llamaras machista, o misógino, eso si estamos en público claro. En privado sonaría bastante peor. Pero claro, todo lo que tiene que ver con la guerra de géneros suena cool hoy en día. La mujer que defiende su individualidad por encima de todo es la heroína del presente —quizá ya del pasado—. Sin embargo es esa misma mujer —atención quisquillosos/as. Es un genérico— la que se alegra de que no permitan la entrada de niños en un tren que pagamos todos, o en un hotel, o en un restaurante. Quizá, ahora, eso sea cool, y yo sin enterarme —aquí otro artículo sobre lo que ya no es cool.

Como alternativa mercantil, la diferenciación y la oferta segmentada puede resultar rentable. No digo que no. Pero que no sea a costa de esta sociedad, que el precio a pagar no incluya la venta de nuestros valores más humanos. Quizá dentro de 50 años lo cool será volver a admitir a nuestros bisnietos en los trenes y hoteles que vosotros/as vetasteis para vuestros hijos.

Imagen: marcp_dmoz via Compfight cc

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