Te deseo mala suerte, emprendedor

Ángel era un tipo inteligente, muy inteligente diría yo. Era uno de esos tipos que, conscientes de su dominio mental, prefieren ocultarlo en ocasiones para observar la reacción de los demás ante situaciones cotidianas.

Orlando Cotado. Emprendedor Primerizo. "Te deseo mala suerte, emprendedor"

Había crecido en el seno de una familia acomodada en un régimen creativopresor que languidecía justo cuando Ángel alcanzaba la mayoría de edad legal. Pués la madurez mental necesaria para luchar por una libertad que no beneficiaba en nada a su entorno pero si a sus latentes y martilleantes deseos de experimentar con sus bulliciosas ideas, la había alcanzado mucho antes que sus coetáneos.

Una de las grandes aficiones de Ángel era observar. En ocasiones daba la impresión de haber nacido con una pequeña deficiencia o con un «cable pelao» que le hacía entrar en stand by. Pero nada más lejos de la realidad, lo que hacía en esas ocasiones era simplemente observar, como todo hombre inteligente. Lo observaba todo, por nímio que pudiera parecer. Y digo observar, no mirar.

El sumatorio de estas impresiones auditivas y visuales junto con sus excesos neuronales y su prudencia vital lo convertían en un ser triunfante. Un visionario mercantil, un empresario adelantado a su época que puso en práctica métodos de gestión que hoy imprimimos en libros de texto.

Lo tenía todo muy claro. Una idea genial, una aplicación inteligente, rodearse de los mejores, un crecimiento responsable, cubrirse bien las espaldas, planificar el futuro, ser prudente y generoso… Tan sólo había un cabo suelto. Algo que Ángel nunca había sido capaz de controlar: su propia ambición. Incluso siendo consciente de ello acabaría arruinándole.

Quizá a modo de tímido S.O.S. encubierto, Ángel solía confesar en la cercanía que su talón de Aquiles era el éxito. Había tenido tanto, y le granjeaba tal cantidad de ocupación, preocupación, trabajo o como quiera llamársele, que no disponía del tiempo necesario para pensar. Seguía observando, pero ya no pensaba, no analizaba lo que veía. Y lo peor, era muy consciente tanto de su error como de la gravedad del mismo. Pero era incapaz de arreglarlo.

Ahora, pasado el tiempo, desde un lugar lejano, desaparecido incluso para su gente, recuerda que en algún momento fue consciente del cambio. Que supo internamente cuando acabaría la bonanza y cómo debía actuar para deshacer posiciones a tiempo, de forma responsable y con la eficiencia que le permitiría volver a emprender en condiciones muy ventajosas.

– ¿Y por qué no lo hiciste? -pregunté incrédulo.

– Ya te lo he dicho. Porque estaba demasiado ocupado trabajando. Por ambición.

Ángel nunca acabará de pagar su deuda moral. En su retiro, lejos de lo que más ama, sigue practicando su afición preferida: observar. Pero ahora sabe que observar sin analizar, sin pensar, se paga caro. Observar y no analizar es perder el tiempo, e incluso ahora que le sobraba no estaba dispuesto a perder ni un segundo más de su vida.

– La ambición lleva al trabajo excesivo. El trabajo excesivo lleva a la ausencia de análisis. Y la ausencia de análisis lleva a la ruína.

Durante toda la conversación, Ángel me repite melancólicamente que el éxito prematuro es una manzana envenenada para el emprendedor.

Al despedirnos, con ojos vidriosos y mirada perdida, me envía sentidos recuerdos para su gente y me desea: – «Mala suerte, emprendedor.»

He vivido pocas cosas más duras que ver a un hombre inteligente derrotado. Él pierde una vida. Yo pierdo un amigo. La vida pierde un maestro.

– Gracias Ángel por tus observaciones y… mala suerte, emprendedor. 


Los hechos y personajes de este relato son pura ficción, como todo en esta vida. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, ya me parecía a mi…

Imagen: Jesu Rodríguez bajo licencia CC en Flickr.

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