El pasado viernes, en el marco de las charlas organizadas por el Movimiento Incitus como complemento a su labor dinamizadora del sector hostelero, tuve la suerte de conocer y aprender de las enrevesadas elucubraciones de Fernando Gallardo (@fgallardo). Un personaje que ha visto mucho, ha vivido mucho, y no lo digo por su edad ya que lo considero infinitamente más joven que yo, pero sobre todo, y esa creo que es su mayor virtud, ha pensado mucho.
Por si fuera poco, también nos acompañaba un amigo y no menos brillante Luis Veira, chef del restaurante Árbore da Veira y una de las Estrellas Michelín con más futuro del panorama gastronómico gallego. En el contraste de opiniones y experiencias estuvo la gracia del evento.
Un rasgo habitual de las mentes rápidas y privilegiadas es la lentitud de las palabras con las que se comunican —Adrià es la excepción que lo confirma—. Gallardo es un tipo tranquilo y ligero pero con contenido hasta en las pausas. Un tipo capaz de poner todas las cartas boca arriba y aun así ocultar su juego. Un tipo genial, provocador y generoso como todos los de su especie. Un guía que va un pasito por delante.
Después de un pretencioso examen de percepciones en el que jugaba con ventaja —tiró de zooms y perversos ángulos de visión para ocultarnos la mesa de Zaha Hadid y la famosa ducha de su Ruina habitada— concluyó que lo que nos impedía ser diferentes, la barrera entre antiguo y moderno, aquello que nos convertía en planicie gris, eran los protocolos.
Protocolo, pauta o guía con la suficiente información como para impedir la creatividad. Aquello que nos dice que una mesa debe tener cuatro patas, un teléfono teclas con números o un coche volante. Afortunadamente hay genios como Hadid, Jobs o los ingenieros de Google que no se dejan encorsetar por estos protocolos.
Como analista de tendencias su misión es abrir puertas y mostrarnos nuevos y tendentes mundos. Pero su mayor virtud es la información aledaña y sus audaces planteamientos. De todos es conocida su apuesta por la economía colaborativa —quiero pensar que de ahí viene su apoyo al Movimiento Incitus— y su férrea defensa de Uber. En su charla condenó el éxito como lucha por ser el mejor en detrimento de los demás. Gallardo imagina una sociedad en la que nos esforzamos por ser diferentes, no mejores. «Mira diferente, sé único» —concluyó.
Este fue el mensaje a los emprendedores de la sala, un mensaje que no por manido ha perdido sentido. El «Think Different» de Jobs y Apple está más de actualidad que nunca. Porque por mucho que lo repetimos no acabamos de asumirlo. «Creatividad es no copiar» suele repetir atropelladamente Adrià. Muy simple, pero difícil de ejecutar. Aunque Gallardo también nos dejó alguna que otra pista al respecto.
«Cuando compré lo que hoy es La Ruina habitada contraté al mejor arquitecto en rehabilitación de casas rústicas de Europa. Me entregó el mejor proyecto que yo podía esperar, el mejor. Estaba todo bien, pero no me gustó y no supe expresar el porqué. Hasta que un año después visitamos la ruina y me di cuenta. Tenía el proyecto esperado, todo aquello que la imaginación y el talento podían perpetrar, pero le faltaba algo, un elemento sorpresa que lo hiciera diferente. Le faltaba locura, le faltaba caos, le faltaba ser único» —confesó.
Y este es el camino. Añade el caos a tu rutina y «conviértete en emprendedor solo si eres capaz de hacer cosas únicas». Un genio es único y caótico, no perfecto y ganador.
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