Esto es lo que hay, y con ello hay que vivir.
El viaje era rutinario. Uno de esos dos o tres vuelos mensuales para tratar asuntos “que no pueden esperar”. Había llegado a la puerta de embarque cinco minutos antes de la hora de cierre, todo un récord que Roberta, la azafata, supo reconocer. Y es que el día había empezado “diferente”…