Sostiene el cocinero José Andrés, uno de nuestros chefs más internacionales, que «la rentabilidad de un restaurante de alta cocina es viable, pero es complejo porque el comensal siempre compara la factura con lo que le cuesta el producto, sin tener en cuenta el trabajo que hay detrás». Este asturiano-barcelonés afincado en Washington resume en una sola frase un problema muy común entre los profesionales creativos: «la creatividad en cocina se paga muy mal».
Sé lo que estás pensando, este problema no es exclusivo de la alta cocina. Cierto, no lo es, afecta a la mayoría de las profesiones donde la creatividad tiene cierto peso. Nos cuesta valorar la creatividad. ¿Por qué? Por dos razones fundamentales:
- La creatividad es subjetiva.
- No conocemos el valor de la creatividad.
Como bien dice el chef José Andrés, el cliente sabe lo que cuesta —no siempre— el producto sin manipular, y cuando lo compara con el precio final, es decir el producto una vez manipulado, desglosa el precio de la creatividad. Creatividad que incluye, o puede incluir, un sinfín de subconceptos que el cliente no siempre conoce y por tanto no siempre valora.
En ocasiones, cuando el producto inicial, sin manipular, no existe, como es nuestro caso (proyectos de interiorismo comercial), el valor de la creatividad es el 100% del precio cobrado al cliente, por tanto se hace imprescindible que este valore correctamente tu trabajo creativo.
Cuando existe un abismo entre el valor que nosotros otorgamos a nuestro trabajo y el que otorga el cliente —trabajo mal pagado—, una de dos, o bien el cliente tiene razón y nuestro producto no vale lo que cuesta, o bien no hemos conseguido trasladar al cliente ese valor añadido por el que pretendemos cobrar.
Dicho de otra manera, si consideras que tu trabajo está mal pagado, tienes un problema de comunicación con tus clientes potenciales.
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