El ahogado más hermoso del mundo

El ahogado más hermoso del mundoLa Voz de Galicia me ha vuelto a brindar la oportunidad —después de «Emprendedores sin red»— de publicar un artículo en las páginas del suplemento de emprendedores Objetivo Emprende. Dentro de una sección denominada El Análisis, que pretende reflejar diversos aspectos de la realidad emprendedora actual, decidí abordar un tema tan perverso y actual como la guerra de precios desde un prisma metafórico basado en un cuento de Gabriel García Márquez titulado de la misma manera: El ahogado más hermoso del mundo.

Anticipando mis más sinceras disculpas por la osadía literaria y sin más dilación reproduzco íntegramente el artículo.

[box]El ahogado más hermoso del mundo. La Voz de Galicia. Objetivo Emprende. 11 de julio de 2014.


«Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado».

Solo cuando aquel desolado e insatisfecho pueblo imaginado por García Márquez le puso nombre al ahogado despertaron sus gentes del pegajoso letargo que guiaba sus vidas. Esteban, el ahogado, un muerto superlativo en todo, despertó la imaginación y creatividad de aquellas gentes, pero aún más, descubrió cualidades entumecidas que podrían haber inundado de felicidad la villa tiempo atrás. Unión, compañerismo, perseverancia, solidaridad y valores… estaban allí, escondidas.

¿Están también aquí? ¿Necesitamos un ahogado que nos despierte?

Pues hay unos cuantos, quizá solo falte ponerles nombre y mirarles directamente a los ojos. Ni siquiera nos percatamos de que el cambio prosigue a la primera persona del singular.

Con nuestra dejadez estamos generando una espiral de mediocridad retroalimentada, a su vez, por un sistema de valores en declive. Mientras toda nuestra existencia gire en torno a un precio y las decisiones pivoten alrededor de fríos números involucionaremos de espaldas al futuro, creeremos avanzar cuando en verdad retrocedemos. Si el «cómo puedo comprarlo más barato» no da paso a un consumo meditado en favor del aprecio a una cadena de valor respetuosa con la humanidad estamos perdidos.

Ya lo advirtió en 1863 el Ingeniero Real Sébastien Le Pestre en una carta dirigida a François Michel Le Tellier, Marqués de Louvois y Comisario General de Fortificaciones de Luis XIV, «esas rebajas y economías tan buscadas son imaginarias, y lo que hace un contratista que pierde es lo mismo que un náufrago que se ahoga, agarrarse a todo lo que puede». Y de ahogados sabemos un rato.

Le Pestre remataba la carta con una premonitoria súplica: «en el nombre de Dios, restablezca la buena fe; encargar las obras a un contratista que cumpla con su deber será siempre la solución más barata que podréis encontrar». Y es que la mejor opción nunca es la más barata, nunca lo fue, ni para el consumidor, ni para el empresario, ni para la humanidad. Otra cosa bien distinta es la relevancia, el poder o no poder, el momento, el lugar o la disponibilidad.

Esta sociedad solo tiene dos opciones, despertar o seguir dormida. Y para despertar hemos de abrir los ojos y valorar la labor de los demás, respetar y honrar a los miles de ahogados con nombre y consumir responsablemente aquello que podamos por el valor que se merece.

Consumir imitaciones, permitir abusos creativos, priorizar precio sobre valor, preferir diez de cinco que uno de cincuenta, no hace sino teñir el horizonte de gris, tender puentes a vagos, pillos y mediocres, encarecer el futuro de nuestros hijos y encorsetar la persistencia de la especie conduciéndola por un camino sin más opción que la de seguir caminando con la cabeza gacha solo por la necesaria recompensa de un insulso mendrugo de pan.[/box]

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Imagen: Rafa Puerta Photo bajo licencia CC.

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